El deseo
Aquella mañana decidió que quería ser rey, le había costado mucho tomar una
decisión, pero al fin sabía lo que deseaba. Esa decisión le cambiaría
la vida, no volvería nunca a ser lo mismo.
Cogió los enseres y se dirigió a la casa del lago, solo tenía que
esperar a que saliese la luna y atraparla una vez más.
Pasaron algo más de dos horas y la luna apareció, su reflejo se
veía en el lago más grande si cabe que la última vez, esperaría un poco más,
solo un poco más y la tendría, y entonces lo conseguiría.
Casi lo vence el sueño pero pudo resistir y cuando pensó que no iba a venir,
apareció, sacó el caza mariposas y ¡zas! la atrapó, la pequeña hada luchaba por
escapar pero esta vez no la dejaría ir hasta que no le concediera el deseo, con
mucho cuidado la metió en el tarro de vidrio que llevaba en el zurrón, y le
dijo:
- Ahora tienes que cumplir tu
palabra, dijiste que podías convertir a cualquiera en rey si era capaz de
atraparte, pues cumple tu palabra y conviérteme en rey.
La pequeña hada hacia aspavientos e intentaba explicarse pero dentro
del tarro no podía escucharla, y el pastor no estaba dispuesto a abrirlo y
arriesgarse a que se escapara. Así pasó un rato hasta que el hada se rindió e hizo
un gesto con la cabeza afirmando que le concedía el deseo.
Y… ¡deseo concedido!
Un “croo croo” se escuchó fuerte, muy fuerte, el pastor no entendía
nada ese ruido salía de su boca lo estaba haciendo él, miró a su alrededor y un
grupo de ranas lo rodeaban como haciendo una reverencia, miró sus manos y ya no
las tenia, en su lugar había ancas unas pequeñas ancas de rana, el hada lo
había engañado, ¿que había hecho?
El hada muy apenada lo miro y le dijo:
- Siento lo que te ha pasado, pero tienes un problema muy grande, no
saber escuchar, la primera vez que me atrapaste no me dejaste terminar y te
reías tanto que no escuchaste que te decía que podía convertir a quien quisiera
en rey de las ranas, pues soy el hada de las ranas. Hoy he intentado decirte
como he podido que me escucharas, pero tu codicia ha podido mas, que ver que me
estaba quedando sin aire y no he tenido más remedio que concederte tú
deseo para que me abrieras. Lo siento mucho pero ahora solo podrás invertir el
encantamiento si me vuelves a atrapar, pero para eso vas a tener que esperar
otras doce lunas por lo menos, pues yo solo paso por aquí cada doce lunas.
Así que marchó la pequeña hada de las ranas y se quedó el rey con su
corte, pensando que al fin y al cabo pues era rey, y ya no tendría que
levantarse temprano para llevar las ovejas a pastar, el lago era hermoso y
además, (en eso pasó una mosca cerca y
¡zas! se la comió), las moscas no están tan
mal.
Ya se pensaría él si deseaba o no, atrapar el hada.
Moraleja, hay que saber escuchar, pero si por no escuchar, nos salen las
cosas mal, por que no ver las cosas de forma positivas.
Dalay ( dedicado a mi nieto)